Cuatro letras -tu nombre-,
son la piel de mi rezo,
holocausto, tormenta,
cuando tocas, te beso.
Hablas,
y en desbandada mi cuerpo,
mi sangre,
mis versos.
Thursday, June 29, 2006
Tuesday, June 20, 2006
Reincidencias citadinas
I
Después que Pedro le regalara a Rosita unas flores y de que Rosita, enfadada por el retraso de Pedro, arremetiera a golpes contra él, ayudándose con las flores, y viéndose Pedro sin un arma igual, no le quedó otro recurso, al pobre y asustado Pedro, que defenderse a patadas.
II
Los mexicanos, en ocasiones, somos excesivamente corteses.
Verbigracia: cuando alguien viaja en camión y quierre bajar y alguien está estorbando la bajada le dice: “Disculpe, buenas tardes, sería tan amable, por favor, de darme permiso de bajar. Gracias, Dios se lo pague”.
Cuando en realidad deberíamos decir, sin ser descorteses: “Quítese que estorba, por favor”.
Después que Pedro le regalara a Rosita unas flores y de que Rosita, enfadada por el retraso de Pedro, arremetiera a golpes contra él, ayudándose con las flores, y viéndose Pedro sin un arma igual, no le quedó otro recurso, al pobre y asustado Pedro, que defenderse a patadas.
II
Los mexicanos, en ocasiones, somos excesivamente corteses.
Verbigracia: cuando alguien viaja en camión y quierre bajar y alguien está estorbando la bajada le dice: “Disculpe, buenas tardes, sería tan amable, por favor, de darme permiso de bajar. Gracias, Dios se lo pague”.
Cuando en realidad deberíamos decir, sin ser descorteses: “Quítese que estorba, por favor”.
Wednesday, June 14, 2006
Saturday, June 10, 2006
¿No oyes ladrar a los perros?
Juan Rulfo
La semilla se ha sembrado junto a las cicatrices de la tierra. Mis ojos son arrasados por los ríos de agua, mis ojos son los ojos de agua que alimentan los ríos que arrasan mis ojos. Bárbara ¿No oyes ladrar a los perros? Su sonido es veloz como la liebre. Han de estar por aquí, buscando luz. De las semillas que brotan de la miradas, se perpetua la imagen y se da la vida. La noche es espesa y las nubes ocultan la luna ¿no oyes ladrar a los perros? Estoy cerca del patio de los que en la hoguera del corazón perecen, estoy cerca de ser un ritual en ese patio. ¿quién dijo que la tierra era nuestra madre? Se equivocaron. La tierra es nuestra abuela no la madre; es la hija, no la madre. Escucha bien, por algún lugar en el cielo se deben de escuchar sus ladridos. No estás cerca de mí pero doblas mi cuerpo, me pesa tu ausencia. El rito esta terminando. He cerrado los ojos y me he recostado en la tierra que piso, tengo el sueño marchito y duro como piedra. Mi almohada se llena de agua del río de mis ojos. No duermo. No te oigo. ¿Respiras? Todavía podemos llegar al pueblo y decirle al señor que carga la leña que tenemos frío, que nos de agua, que nos regale sueño. Mira el monte, allá atrás estábamos hace rato, allá tras el monte comencé a cargar tu ausencia. Allá quedó sembrada tu semilla bajo las cicatrices de la tierra y mis ojos fueron los ojos de agua de los ríos. Bárbara ¿No oyes ladrar a los perros? Si no llegamos juntos llegaré yo. Si llegas conmigo te regalaré tu ausencia. En el día se verán las casas y tal vez no lleguemos a decir nada. Pero si llego solo juntaré tu ausencia en mis manos, la bajaré de mis hombros y se la daré a la tierra para sembrarte. El camino aún es largo. La tierra aún es fértil. Mis pasos suenan huecos mientras avanzo cargando tu ausencia. Las piedras, los ríos, la tierra, quedan sepultados bajo la penumbra de la noche. Y mi grito se pierde en este delirar de montes y de cipreses y de árboles desnudos. Te vuelves más ligera como el viento en mis espaldas. Te nombro y no me escuchas. Bárbara ¿no oyes ladrar a los perros?
Juan Rulfo
La semilla se ha sembrado junto a las cicatrices de la tierra. Mis ojos son arrasados por los ríos de agua, mis ojos son los ojos de agua que alimentan los ríos que arrasan mis ojos. Bárbara ¿No oyes ladrar a los perros? Su sonido es veloz como la liebre. Han de estar por aquí, buscando luz. De las semillas que brotan de la miradas, se perpetua la imagen y se da la vida. La noche es espesa y las nubes ocultan la luna ¿no oyes ladrar a los perros? Estoy cerca del patio de los que en la hoguera del corazón perecen, estoy cerca de ser un ritual en ese patio. ¿quién dijo que la tierra era nuestra madre? Se equivocaron. La tierra es nuestra abuela no la madre; es la hija, no la madre. Escucha bien, por algún lugar en el cielo se deben de escuchar sus ladridos. No estás cerca de mí pero doblas mi cuerpo, me pesa tu ausencia. El rito esta terminando. He cerrado los ojos y me he recostado en la tierra que piso, tengo el sueño marchito y duro como piedra. Mi almohada se llena de agua del río de mis ojos. No duermo. No te oigo. ¿Respiras? Todavía podemos llegar al pueblo y decirle al señor que carga la leña que tenemos frío, que nos de agua, que nos regale sueño. Mira el monte, allá atrás estábamos hace rato, allá tras el monte comencé a cargar tu ausencia. Allá quedó sembrada tu semilla bajo las cicatrices de la tierra y mis ojos fueron los ojos de agua de los ríos. Bárbara ¿No oyes ladrar a los perros? Si no llegamos juntos llegaré yo. Si llegas conmigo te regalaré tu ausencia. En el día se verán las casas y tal vez no lleguemos a decir nada. Pero si llego solo juntaré tu ausencia en mis manos, la bajaré de mis hombros y se la daré a la tierra para sembrarte. El camino aún es largo. La tierra aún es fértil. Mis pasos suenan huecos mientras avanzo cargando tu ausencia. Las piedras, los ríos, la tierra, quedan sepultados bajo la penumbra de la noche. Y mi grito se pierde en este delirar de montes y de cipreses y de árboles desnudos. Te vuelves más ligera como el viento en mis espaldas. Te nombro y no me escuchas. Bárbara ¿no oyes ladrar a los perros?
Friday, June 02, 2006
De Epistolario (1)
23 octubre 2002
Tengo mucho sueño, me pesa la noche. Los ojos parecen de hierro.
Estoy gozando de una felicidad muy extraña, como si el corazón, de tanto gozo, llorara de tristeza.
Estoy en un estado de aletargamiento o, más bien, de pesadez anímica. Voltear y ver a todas partes resulta incómodo, pero se mira lejos hacia el horizonte.
Pienso. Luego parece que las cosas no encajan en su lugar. Me retuerzo, me envuelvo en mí, me hundo en mis propias manos. Es como si conociera el futuro, como si todo fuera cierto, como si arriesgarme fuera solamente confirmar lo que ya sé. Y sin embargo no me arriesgo. Algo falta: el inoportuno paso del tiempo, la feroz avalancha que me vuelva más valiente.
Hoy de regreso a casa escuchaba música clásica. Y nadie sino yo escuchaba todo. Ni siquiera los carros de al lado, ni la gente que caminaba a pie, ni los alborotados estudiantes con sus ilusas esperanzas de fiesta interminable.
Yo me la paso pensando. Dónde estás, qué haces, en qué piensas. Y a veces pienso también que no es de mi incumbencia pensar en todo esto, y me canso.
¿Por qué cuando te escribo siempre te cuento mis angustias? Será porque la noche invade el pensamiento y entonces lleno estoy de pensamiento oscuros.
Pero también soy predecible.
Es como si me estuviera prendiendo de ti sin querer dejarte. Pero tú no sabes estar detenida en el tiempo. Giras y das vueltas y te enroscas y te mueves y eres infinita. Regálame un pedazo de tu sueño.... Pero entonces pienso (de nuevo): es demasiado. Y me robo tus pasos.
Lo sabes bien, me conoces suficiente. Te lo he querido decir en sueños, con tarjetas llenas de sílabas y palabras inconclusas. Y despierto como ajeno, sin reconocerme. Porque algo pasa cuando te miro, lo mismo que el rayo que ilumina un instante, y esa luz sirve para todas las noches.
Y yo te miro todas las noches ya desde hace tiempo.
Pero soy demasiado predecible, y ya sabrás lo que dicen las letras. Una tras otra, palabra por palabra.
Es de nuevo tan tarde que te regalo mi noche.
Tengo mucho sueño, me pesa la noche. Los ojos parecen de hierro.
Estoy gozando de una felicidad muy extraña, como si el corazón, de tanto gozo, llorara de tristeza.
Estoy en un estado de aletargamiento o, más bien, de pesadez anímica. Voltear y ver a todas partes resulta incómodo, pero se mira lejos hacia el horizonte.
Pienso. Luego parece que las cosas no encajan en su lugar. Me retuerzo, me envuelvo en mí, me hundo en mis propias manos. Es como si conociera el futuro, como si todo fuera cierto, como si arriesgarme fuera solamente confirmar lo que ya sé. Y sin embargo no me arriesgo. Algo falta: el inoportuno paso del tiempo, la feroz avalancha que me vuelva más valiente.
Hoy de regreso a casa escuchaba música clásica. Y nadie sino yo escuchaba todo. Ni siquiera los carros de al lado, ni la gente que caminaba a pie, ni los alborotados estudiantes con sus ilusas esperanzas de fiesta interminable.
Yo me la paso pensando. Dónde estás, qué haces, en qué piensas. Y a veces pienso también que no es de mi incumbencia pensar en todo esto, y me canso.
¿Por qué cuando te escribo siempre te cuento mis angustias? Será porque la noche invade el pensamiento y entonces lleno estoy de pensamiento oscuros.
Pero también soy predecible.
Es como si me estuviera prendiendo de ti sin querer dejarte. Pero tú no sabes estar detenida en el tiempo. Giras y das vueltas y te enroscas y te mueves y eres infinita. Regálame un pedazo de tu sueño.... Pero entonces pienso (de nuevo): es demasiado. Y me robo tus pasos.
Lo sabes bien, me conoces suficiente. Te lo he querido decir en sueños, con tarjetas llenas de sílabas y palabras inconclusas. Y despierto como ajeno, sin reconocerme. Porque algo pasa cuando te miro, lo mismo que el rayo que ilumina un instante, y esa luz sirve para todas las noches.
Y yo te miro todas las noches ya desde hace tiempo.
Pero soy demasiado predecible, y ya sabrás lo que dicen las letras. Una tras otra, palabra por palabra.
Es de nuevo tan tarde que te regalo mi noche.
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