Cuesta tanto devolverle al tiempo los trabajos y los días,
dejar la puerta abierta y ver entrar quejidos,
gritos falsos y ebrios.
Basta con decir: qué feliz soy
para llorar entristecido,
amargamente entristecido.
Los otoñales vientos despejan las mentes
de los vagos, las prostitutas y los poetas;
dejan letras en las calles y las hojas
de los árboles que, inquietos, juzgan.
Ahora el pudor se dibuja en mi mente,
fragmentos de un día lluvioso sentado en la banqueta
esperando el aullido de un feroz niño de cuatro años
sentado esperando en la banqueta.
No son los días o el trabajo cansado este que invade
las palabras,
no es el sueño quejumbroso,
ni el límpido sudor de un día de octubre.
Es la cama bañada de tus sueños,
de esta vida que necesitó traerte para recordarme entero,
para despedirme sin decirte nada y sin saber que te ibas,
para recortar distancias y pegarlas juntas
alrededor de las manos, de tus ojos, de tus senos.
Cuesta trabajo devolverme al sueño
al día que tanto trabajo en sí mismo aflige,
a los trabajos y a los días.
dejar la puerta abierta y ver entrar quejidos,
gritos falsos y ebrios.
Basta con decir: qué feliz soy
para llorar entristecido,
amargamente entristecido.
Los otoñales vientos despejan las mentes
de los vagos, las prostitutas y los poetas;
dejan letras en las calles y las hojas
de los árboles que, inquietos, juzgan.
Ahora el pudor se dibuja en mi mente,
fragmentos de un día lluvioso sentado en la banqueta
esperando el aullido de un feroz niño de cuatro años
sentado esperando en la banqueta.
No son los días o el trabajo cansado este que invade
las palabras,
no es el sueño quejumbroso,
ni el límpido sudor de un día de octubre.
Es la cama bañada de tus sueños,
de esta vida que necesitó traerte para recordarme entero,
para despedirme sin decirte nada y sin saber que te ibas,
para recortar distancias y pegarlas juntas
alrededor de las manos, de tus ojos, de tus senos.
Cuesta trabajo devolverme al sueño
al día que tanto trabajo en sí mismo aflige,
a los trabajos y a los días.