Sucede que las noches me han robado la vida poco a poco. Que ahora que quiero olvidar por completo, ella regresa a mi vida nocturna. Y la beso. Me consumo a ratos. Son las cosas que no puedo decirte porque los besos me vuelven taciturno y triste, y no quiero que me veas como bulto delante de las letras.
Y es en contra de mi voluntad: su cuerpo yace suave sobre la noche que empieza. Pero no creas que lo que resulta de todo esto es mi sonrisa, o que anhelo el regreso entre sus brazos. No. Quisiera no saber nada de ella, pero me sigue. ¿Quién es el fantasma: ella, yo? Pero la tarde es preludio y es menester abrazar la noche.
Sucede que al querer nombrarte, tu rostro es arrecife cercando mi cuerpo. Que intento, sobre todas las cosas intento, pero me arrastra este dolor infinito. Y que nada puedo decirte que me aleje de este pensar en las noches que odio. Es mi fuerza de voluntad contra mi sueño, es la forma de mi cuarto hurgando en su silueta. Es ese querer asirme a ti aunque resbale.
Has de pensar que es la distancia, ésta, que crece cuando callo. Que después de tantas y tantas palabras debiera quedar un rescoldo. Pero es que no hallo la forma de abrasarte de nuevo porque mi sueño cae como cascada sobre nosotros.
Trato de hilvanar palabras, de hablarte de aquellos detalles sin importancia que el día me trajo mientras pensaba en ti. Pero las letras evitan salir porque les duele.
Mis labios están resecos, mis manos pesan. ¿Cómo me vas a creer tanto cinismo? Pero es que sí fuiste esa barca calmando la tormenta. Y estoy de nuevo naufragando.
Hay un subterfugio bajo mi almohada, por donde surges.