Se me hace tarde para conocer tu silencio. Ya voy tarde, persiguiéndote por la ciudad, recorriéndo los parques y las avenidas, el Centro de Coyoacán y sus alrededores.
Cuando no logro encontrarte regreso a la casa y te encuentro dormida. Yaces bajo las sábanas, tibia, los ojos errantes, peregrina en el Hades.
Al amanecer vuevlo impaciente a perseguirte y cuando apenas un ligero roce de mi dedo en tus manos sucede reconzco los días, esas risas de horas que alegres dibujan tus labios ardientes, esos gritos que ahogan la oscuridad de la noche, los pasos sonoros que cubren las voces de Lorca y Darío.
Y con ese susurro que tu mano me tiende, tu silencio me invade. Y vuelvo a buscarte en la ciudad laberinto, para tocarte entera cuando el día termine, recogido en el vasto silencio que traduce tu cuerpo.