Thursday, March 10, 2016

Desde una torre de marfil miro tu andar, tu túnica ceñida a tu cintura, tu mano quieta sin saber de guerras, tu sonrisa que navega lejos en otros mares, tu mirada anclada al sentimiento de no saber que tierras pisas, tu voz perforando los labios del silencio, tus cabellos atando y desatando el aire y las olas de los mares y la espuma de los ríos. Niña mía, mi niña hermosa, eres más frágil en la distancia, más ligera que el vuelo de las aves, más transparente a cada paso más ligera. Toma mi mano, entra a mi casa que se vacía sin ti. Lo que soy se vuelve bruma si te apartas.

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Nada es más rojo que el reflejo de los ojos anegados de odio y muerte. La guerra trae consigo la desolación de los cuerpos. Entre tus dedos se desvanece mi cordura. No hay trinchera que me libre de este cuerpo que se pudre en el lodo y la bajeza del hombre. Sobre tus hombros florecen los abrazos que otros cortan para su bienestar infinito. Hecho un ovillo me protejo detrás de la tierra cortada por las palas y los picos que minuto a minuto tejieron un mundo de perdición, no quiero subir, el mundo de arriba derriba los cuerpos de tantos y tú tan blanca y sin temerme y yo tan triste sin ti, tan abandonado. Grito tu nombre entre las balas que me persiguen. Nadie me escucha. Tu voz es mi único refugio. Todo alrededor es estridente. Tú callas y sé que no hay peligro. Todo alrededor son ráfagas atravesando las palabras, que se entrecortan, que se pierden, que no significan nada, nada, nada.

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Sé que te agobio con mis delirios, que los días aciagos se revuelven sin encontrar las fechas en el calendario. Ayer llovió tanto que se inundaron los ojos. Permíteme decirte que te amo, es lo único que queda en este desolado valle de vanos lamentos incoherentes. Deja que limpie mis labios con tu nombre. Los días avanzan y te extraño. Los días que se abrazan al día que sigue formando una cadena de interminable tiempo, de días derribados por el hastío y el hartazgo, pero que me llevan a ti. Yo estiro la mano, pero aún el día de volver a verte sigue sin nacer.

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Dios dejó caer su pesada mano sobre esta tierra que no sabe de flores. Mi espalda se queja de esta tierra fría y húmeda, de este barro que no me deja levantar. Las nubes pasan indiferentes sobre nosotros, no saben mirar hacia abajo. Allá se forma una torre blanca como el marfil, quiero subir a ella, mirarte desde allí, mirarte siempre.

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