Monday, April 27, 2020

Regalo

Recuerdo cuando,
antes de abandonar el salón
y sin que te dieras cuenta,
dejaba gomas de corazón
en tu mochila de escuela.

Hasta que los sacabas,
mi corazón,
-alegre-
latía en tu casa

Monday, April 20, 2020


Caminé a su lado
en una calle
bajo la noche clara
con el paraguas abierto

Así nos protegimos de la noche
y de los rayos de luna

No fuera a suceder una catástrofe
y acabara aquella noche
amándola toda la vida


Qué sol asola y consume mis sentidos,
qué sol ciega y niega mirar hacia otros soles,
qué sol en su fulgor fulmina y hiere
y entra y desata y convulsiona.

Qué luz tan clara que devuelve
la faz del rostro que la mira,
qué otros cuerpos ocultos ilumina
y en esa luz qué montes, qué tierras, resucita.

En ese sol mi sangre hierve,
mi piel, mi cuerpo entero, en llamas, encendidos,
y envuelto entre las brasas de sus brazos
ardiendo muero, ardiendo vivo.
Lágrimas

Las lágrimas,
como filosas estalactitas desgarrando las mejillas,
a poco de volverse locas,
y antes de cualquier catástrofe,
detienen el mundo.
No es un milagro patente,
ni lo siente la silueta de al lado,
pero como nadie, como nunca nada,
desangran la piel con su piel transparente,
rasgan hasta lo más hondo,
hasta el más infierno de los abismos:
desatan, atan, interrumpen.

Cuando caen al suelo
el mundo es más sabio
y menos doloroso.


A Horacio Heredia (QEPD)

Uno siente que un día volverás a contestar los mensajes
A recibir en tu casa a los que mendigamos libros,
A beber café y fumar cigarro,
A citar a Dante, a Plutarco, a Borges;
Que tus manos de nuevo tomarán la pluma
Y aparecerán los mundos que te prometiste.

Uno siente que ese día no fue día
Que ese día debimos saltarlo
Y continuar al otro como si siguieras,
Porque la tarde acabó de pronto
Y de pronto todo se quedó en silencio;
Que al revolver las letras donde te escondiste
Y los libros donde te guardaste
Atardecerás de nuevo en una mesa
Bebiendo café,
Con tu cigarro.
Y el cenicero anegado
Variaciones

En la tibia soledad de mis mañanas,
cuando el mar acaricia con sus labios
la mejilla de la tierra
y las nubes ocultan todo rayo.

En la tibia soledad de mis mañanas,
cuando labios acarician nuestros mares
 con la tierra en la mejilla
y cada rayo oculta toda nube.

En la tibia soledad de mis mañanas,
cuando nada el mar sobre los labios
y la tierra negra yace hecha mejilla
en lo oculto de las nubes y los rayos.

En la tibia soledad de tu mañana,
como mar anido entre tus labios,
tierra y polvo soy en tu mejilla
y me oculto entre tus nubes y tus rayos.
Las noches son escenarios silenciosos de tu cuerpo conmigo
y pasan fantasmales los minutos de la noche atardeciendo.
Mis ojos son cuervos volando sobre tu cuerpo volcán pleno de nieve
que derrite a mis pies amaneceres.
Cada vez que despierto vagabundo, errante, solo busco
la siguiente noche. Donde sola y muda, yaces, reposando conmigo.

Tiemblo hendido en tu caverna arcana,
y tiemblas a mi embate y te sostengo
estás en mí y todo lo que tengo
es todo lo que apunto hacia tu diana.

Y apenas amanece, mi mañana
es el cuerpo fugaz de donde vengo,
a donde voy oculto y me detengo,
suave piel donde mi piel se ufana.

Y vuelvo a la batalla, herido y pobre,
queriendo conquistar de nuevo el orbe
que retiene mi cuerpo, que lo absorbe,
tornando en áureo lo que en mi fue cobre.
Tiemblo en tu cuerpo, cueva, que me envuelve
en ese estar en ti que me disuelve.
En ascenso final,
casi destierro del alma
arrebatada en el grito final que me provocas,
subiendo desde más allá del inframundo
pasando por la tierra hasta los cielos

y en tus senos detenido por instantes
en tu blanca piel viviendo provocado
y provocando incendios y erupciones

subiendo a ti para mirar el mundo
que me ofreces en la orilla de tus labios
y navegar en el mar de tus abrazos
para volver más alto, más arriba,
para dejar en ti una nieve blanca
y tú en mí el lago de tu calma

en ascenso final, casi en desmayo,
casi en el vórtice de tu cintura,
dentro de ti, muy dentro, muy adentro,
va mi destierro.
Vuelto en ti, abandonado,
en tu piel ahíto, pobre,
despojado de tiempo y de cordura,
tan desnudo,
arropado por tus manos.

Delirando, en visiones de ti, encadenado,
preso de tus dedos que me encierran
que me vuelven harapo
y que me envuelven
y  trituran,
que me sacian,
y saciado, me devuelven
-hecho polvo de ti-
a otras sábanas.