Wednesday, May 24, 2006

Eva

I
El invierno dejaba sus manos sobre mi cama. No había lugar para esconderse. La risa abandonaba el rostro y sólo ella era capaz de decirme, tan tranquilamente, que nunca había dicho primavera. Y el calor se sentía en todas partes. El calor del invierno sobre las mejillas, el frío viento encima de ese sol que calentaba mis manos mientras escribía encaramado en la azotea. Repetía las letras de ardientes canciones que cantaban a sus gélidas palabras, a sus calculados movimientos femeninos, a sus tácticas largamente acariciadas durante todo diciembre.
Mi piel recuerda cada invierno, cuando la luz toca apenas las ventanas y afuera se respira ese hedor de abandono, ese despecho hirviente y aparecen, en los vientos helados de la tarde, las cálidas manos de Eva.

II
Escuchaba cada canto, cuyo cuento contaba cada historia carcelaria de mi corazón que caducaba. Contaba las horas del reloj que, a cuenta gotas, tic-tac, tic-tac, tic-tac. Y yo callaba. Acurrucado en las notas que caían cual collares arrancados bruscamente, rogaba al cielo despejado que quisiera regresarme a esos días, que callados recordaba. Silenciosos. Impasibles.
Pero a cada petición contestaba a mis palabras con más cantos, con susurros que corrían melodiosos por el parque, en el trasporte, hasta el hastío, hasta su casa, hasta su cuarto, hasta la sala, hasta el momento de ese día en que la música culpable, y qué, cada quién sabe qué quiere, menos ella, que ahora calla.

III
Eran rápidos. Los movimientos. Debían serlos. Calculado todo y espontáneo. Una vuelta. Otra. Los ojos que se tocan. Las manos separadas tan de pronto. Juntas y de nuevo separadas. El roce involuntario. El rubor, el sudor, el paso rítmico. La cumbia pegada a su cintura, a sus labios lejanos, a sus hombros. Apresurar el paso y al primer compás la mano arriba, suavemente, tan suavemente, para indicarle el sitio, para que sepa cómo, en el siguiente “oye, abre los ojos”, la vuelta empieza, la doble vuelta, y luego inmóvil, mientras la miro, mientras su brazo sobre mi espalda sigue el impulso, mientras sus muslos repiten “abre los ojos, mira hacia arriba”, y sus tobillos, tan llenos de danzón, tan azules, lentos marcan el tiempo del descanso, el vaivén del abanico.

Quédate Eva, aquí no hay nada sino nosotros, exhaustos. Quédate, no te vayas, estamos listos para el tango.

6 comments:

Anonymous said...

Como todo lo que escribes, que llega al corazón. Me ha gustado mucho. Ojalà ella quiera bailar no solo el tango, sino el ritmo de esa salsa, que te ha llegado a las venas, y te motiva a probar nuevas suertes.

Cuidate Fico adorable, que tu Eva pronto se decida, y si no por lo menos, ponga la mano encima.

Ando en duerme velas, como tú cuentas que a veces estás.

Dos besos.

Óscar said...

De qué sirve, quisiera yo saber,
el frenético baile de Eva
sin Adán contemplándola
por la eternidad.

Anonymous said...

Federico: Las Evas somos como el fuego, si lo alimentas crece, si le dejas la labor al tiempo... muere.

Quiero bailar tango.

Besos!

Yiara Sofía said...

Por las Evas de este mundo cristiano...sin culpas, sin arrepentimientos, nos quedamos si nos dan una razón de peso...de otro modo, habrán más manzanas en el paraiso ;) Me encantó el ritmo entremezclado! Adelante!

Anonymous said...

óscar: de nada amigo mío, no serviría de nada. Gracias por tu visita

anónima: la música está puesta.

yiara: como siempre un gusto tu visita. Podríamos dejar las manzanas colgadas de los árboles; de las razones no puedo decir mucho. Un beso.

Cristibel said...

Me gusta tu prosa, suave, descriptiva, que también es música...