Camino a tu casa encontré una vía láctea de esculturas
nevadas,
no hizo falta que el atardecer las llenara de oro
o que otros retocaran sus brazos caídos o sus pies amputados.
Sus cuerpos postrados y soberbios, invencibles al paso del
tiempo,
sus miradas errantes y divinas suplicando y suplicando,
esparcidas, escoltando la vereda, desordenadas.
Grandes piedras taladas desde adentro,
sin corazón latiente,
inmóviles, inmóviles, inmóviles,
insinuando destellos.
En sus cuerpos áureos una diosa esbelta y alta apareció de
pronto.
Sus ojos de petrificada alma lanzaron el dardo
y mi corazón herido y apagado y apagado.
En sus ojos tus ojos se abrieron para recibirme,
amada mía, querida Gorgona.
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