Triste en la cama, me pregunto,
por dónde tus manos han viajado
por qué por mi cuerpo no trazaron
los surcos que, antaño, recorriste
por qué tus caderas no siguieron
el ritmo iriscente de las mías,
por qué de tus labios y tus labios
borraste el camino de mi vida.
Por qué, te pregunto. Y no respondes.
Silenciosa, el abrazo me has negado.
Y yo triste y sin ánimos te nombro,
con voz hueca, invadido de tristeza:
ramera.
3 comments:
El camino estaba trazado ya, desde que invocaste sus caderas...
Cristibel: Pues sí, de hecho estaba trazado desde que nací. (Qué griego sonó el asunto)
Por cierto, a esta hora lo único que queda es decir ¡salud! Y que los últimos demonios se vayan, al menos por un día.
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