En cada verso un verso se elimina
si tomo de tu nombre mi tristeza,
y nada queda en mí ni nada pesa,
ni nada se consume ni termina.
Distante a mi dolor tu paz camina
ajena a la plegaria que te reza
y de sí mismo el verso es la proeza
que toca aquel dolor que al alma mina.
Es sólo precipicio este poema
que basa en el vacío su teorema
mas no alcanza ni mira lo que invoca.
Tan sólo es un reflejo que te evoca
que busca entre las letras y te nombra
y al instante se apaga: es sólo sombra.
Saturday, January 26, 2008
Monday, January 21, 2008
Isidora fue cambiando de rostro poco a poco. Al principio era, más que deforme, informe, hasta que con el tiempo fue adquiriendo un rostro, una personalidad. Le costó trabajo. Pero bajo las pilas y pilas de libros, y gracias a las letras vertidas en aquellas novelas y cuentos y poemas, Isidora creó su rostro, lo modeló, le dió identidad. Todo frente a mi atónita mirada. Fueron años de ardua labor, hasta que un día se presentó con unos dibujos, con un cabello rojo, con un suéter café, con unas manos pequeñas, con un amor por el mar y la sierra, y la abracé feliz. Y la llamé María. Eramos felices. Pero un dia, unas de las letras que la maquillaba se comenzó a caer. Y como cascada, en los siguientes meses, palabras enteras, páginas enteras, cuentos que creía terminados, comenzaron a deformar su rostro. María perdía todas sus historias y las nuevas eran tan amargas, tan tristes. Isidora surgió de las cenizas de María, informe, extraña, perdida. Isidora bajo los libros de nuevo, entre las historias de hadas, en países mágicos e inexistentes.
He vuelto a buscar a Isidora para encontrar a María, pero ha sido imposible. Sigue sin rostro. Sigue siendo Isidora.
Lo que me queda de aquella historia es el libro que comenzamos a escribir, miles de hojas vírgenes en las que cada siete días escribo para perpetuar mi vida.
He vuelto a buscar a Isidora para encontrar a María, pero ha sido imposible. Sigue sin rostro. Sigue siendo Isidora.
Lo que me queda de aquella historia es el libro que comenzamos a escribir, miles de hojas vírgenes en las que cada siete días escribo para perpetuar mi vida.
Thursday, January 17, 2008
Feliz cumpleaños a mí
Pues así llego a 30 años de vida. Y aunque nada mal -tengo un empleo que me encanta: doy clases en tres universidades, desarrollo proyectos arquitectónicos y ejecutivos, trabajo en la edición de libros y todavía me queda tiempo para ir al cine- no es suficiente. Porque el rumbo de mi vida en algún momento cambió y es distinta a como me hubiera gustado vivirla. Es cierto, tengo un hijo hermoso, pero no era mi mayor ideal tener que verlo sólo los fines de semana.
El desahogo es parte de cumplir 30 (y 31,32,33...) un mero pretexto para sentarse a pensar, reflexionar sobre el futuro y continuar haciendo lo mismo que hasta ahora se venía haciendo, sólo que aderezado con sentimientos de culpa, orgullo, impotencia, alegría o desilusión producto de esa intensa y rabiosa reflexión.
Al final, me pregunto para qué demonios realizamos esta introspección, para qué nos quejamos del pasado si aun cuando nosotros quisieramos cambiar, las cosas a nuestro alrededor no cambian (el peje seguirá apareciendo en las noticias, rediez y Barnie el dinosaurio seguirá atormentándome con sus canciones). Y así sucesivamente.
No debo quejarme, tengo una familia estupenda que me apoya incodicionalmente siempre para bien y para mejorar, unos padres maravillosos, unos hermanos de lujo, un sobrinito que no habla y un hijo que me hace la vida encantadora, pero si sólo hablara de lo bien que me va no escribiría este post donde me quejo de que no vivo a los 30 años como yo quisiera, como hace 10 años me imaginé viviendo.
A fin de cuentas, qué aburrida sería la vida si no hubiera pretexto para emborracharnos, escribir cartas de desamor, cambiarnos de ropa dos veces al día, despertar a las 2 de la tarde con la ropa del día anterior; esa vida imperfecta que nos hace humanos, libres de equivocarnos para aprender. Pero con moderación. No vaya a ser que dentro de unos años tantos errores pasen sin aprendizaje, digo, tengo 30 años y cada año que pase quiero aprender más equivocandome menos.
La tarea es grande, saber que quiero vivir mejor con lo que hasta ahora he construido, para que cuando me toque mirar hacia atrás mire con una gran sonrisa y pueda decir que no me arrepiento de nada.
El desahogo es parte de cumplir 30 (y 31,32,33...) un mero pretexto para sentarse a pensar, reflexionar sobre el futuro y continuar haciendo lo mismo que hasta ahora se venía haciendo, sólo que aderezado con sentimientos de culpa, orgullo, impotencia, alegría o desilusión producto de esa intensa y rabiosa reflexión.
Al final, me pregunto para qué demonios realizamos esta introspección, para qué nos quejamos del pasado si aun cuando nosotros quisieramos cambiar, las cosas a nuestro alrededor no cambian (el peje seguirá apareciendo en las noticias, rediez y Barnie el dinosaurio seguirá atormentándome con sus canciones). Y así sucesivamente.
No debo quejarme, tengo una familia estupenda que me apoya incodicionalmente siempre para bien y para mejorar, unos padres maravillosos, unos hermanos de lujo, un sobrinito que no habla y un hijo que me hace la vida encantadora, pero si sólo hablara de lo bien que me va no escribiría este post donde me quejo de que no vivo a los 30 años como yo quisiera, como hace 10 años me imaginé viviendo.
A fin de cuentas, qué aburrida sería la vida si no hubiera pretexto para emborracharnos, escribir cartas de desamor, cambiarnos de ropa dos veces al día, despertar a las 2 de la tarde con la ropa del día anterior; esa vida imperfecta que nos hace humanos, libres de equivocarnos para aprender. Pero con moderación. No vaya a ser que dentro de unos años tantos errores pasen sin aprendizaje, digo, tengo 30 años y cada año que pase quiero aprender más equivocandome menos.
La tarea es grande, saber que quiero vivir mejor con lo que hasta ahora he construido, para que cuando me toque mirar hacia atrás mire con una gran sonrisa y pueda decir que no me arrepiento de nada.
Tuesday, January 15, 2008
Se termina el tacto
en tus manos sombrías
culebras que el río resucita
manos llanas dedos de rodillas
sobre tus ventanas
sobre tu tierra
erosión de tu negro bosque
pulcras manos
en tu manto blanco de cristal quebrado
olvidadizas enfermas de memoria
donde tu tacto crece
pulcro
llano
sombrío
que a mis manos tocan
y erosionan
en tus manos sombrías
culebras que el río resucita
manos llanas dedos de rodillas
sobre tus ventanas
sobre tu tierra
erosión de tu negro bosque
pulcras manos
en tu manto blanco de cristal quebrado
olvidadizas enfermas de memoria
donde tu tacto crece
pulcro
llano
sombrío
que a mis manos tocan
y erosionan
Thursday, January 10, 2008
Tres poemas
I
Los mil rostros que tiene la noche
la fórmula para generar estrellas
las verdades ocultas
en los huesos de la memoria
Todo tiene un destino inédito
que se borra.
II
Tendría que escarvarte
Todas las noches
Renovar las vidas
De tus entrañas
Hablarte con el silencio
De las voces
Darte muerte
Al nacer en tu contagio
Desvanecer tu alma
Lejos
Rumbo al viento
De los mares
Llamarte muerta
Y saberte muerta
Tendría que desaparecerte
Y desaparecer contigo
Ir a donde tu no irías
Y ni aún así
Ni siendo espiga
De tu trigo
Te entendería
III
Son estos gritos
Estos vidrios que se cortan
Como espumas de sol en Navidades
Son estas arenas encendidas
Estos fuegos que se hielan
Estas fronteras sin distancias
Que de tan divididas
Se destruyen y se apagan
Son estos ratos silenciosos
Mis dedos humildes
Que se extienden
Y toman el oculto caminar
De esa diosa inmortal
Que nos extingue
Los mil rostros que tiene la noche
la fórmula para generar estrellas
las verdades ocultas
en los huesos de la memoria
Todo tiene un destino inédito
que se borra.
II
Tendría que escarvarte
Todas las noches
Renovar las vidas
De tus entrañas
Hablarte con el silencio
De las voces
Darte muerte
Al nacer en tu contagio
Desvanecer tu alma
Lejos
Rumbo al viento
De los mares
Llamarte muerta
Y saberte muerta
Tendría que desaparecerte
Y desaparecer contigo
Ir a donde tu no irías
Y ni aún así
Ni siendo espiga
De tu trigo
Te entendería
III
Son estos gritos
Estos vidrios que se cortan
Como espumas de sol en Navidades
Son estas arenas encendidas
Estos fuegos que se hielan
Estas fronteras sin distancias
Que de tan divididas
Se destruyen y se apagan
Son estos ratos silenciosos
Mis dedos humildes
Que se extienden
Y toman el oculto caminar
De esa diosa inmortal
Que nos extingue
La Séptima piedra y Yo
Tenía que escoger al azar una piedra negruzca. No importaba cuál. Sólo debía escoger, entonces tuve la necesidad de dudar, todas parecían iguales, todas tenían encajadas en el centro el verdor de la tierra. Tomé, después de pensarlo mucho, la séptima piedra negruzca. Era casi redonda, tenía algunas imperfecciones, pero brillaba o se oscurecía según la mirara uno. Al principio estaba oscura, opaca, pues la miré con indiferencia, sin intención de tomarla; pero cuando la observé detenidamente, entonces brilló. Aunque he de decir que era un brillo extraño, no como el de las luciérnagas o el de la nieve, no, era más bien un brillo menos escandaloso, más propio de un piedra negruzca.
La tomé, di las gracias y salí del zaguán blanco, atardecía, el sol se iba entregando al horizonte, palidecía.
Me fui directamente a mi patio, y ahí la desenvolví del papel celofán que la cubría.
Volvió a brillar. Y luego habló. Sí, tenía en mis manos una piedra distinta.
Desafortunadamente no logré entender su idioma, hasta siete días después, cuando hubo más confianza entre nosotros.
Cuando salía la llevaba conmigo, la guardaba en la bolsa de mi camisa y le enseñaba la ciudad.
Después de los siete días, la dejé en la casa. Entendí que no le gustaba viajar, dijo que se cansaba, que le pesaban los ojos como plumas y que el smog la mareaba. Por eso la dejé.
Entonces comencé a platicarle de mi vida. Llegaba en las noches, me sentaba junto a ella y le contaba lo aburrido, lo alegre o lo triste que había estado mi día. Ella oía, callaba y cerraba los ojos.
Hasta que un día me pidió le enseñara a bailar.
-¿Y para qué quieres aprender a bailar?
Le pregunté asombrado.
-Una piedra no baila, no lo necesita.
Y no dije más.
Desde entonces se mostraba hostil, si yo le platicaba algo, se movía, se dejaba deslizar hasta chocar con una pared y se dormía, (a veces llegué a pensar que estaba muerta). Y no volvió a brillar. No importaba cómo la mirara, no volvió a brillar.
Luego se empezó a poner blanca y por donde sus lágrimas corrían se empezaron a formas grandes surcos.
Cuando le decía que no llorara, que no se pusiera triste, que la tristeza la ponía pálida me contestaba:
-Pues enséñame a bailar.
-¿Pero cómo te voy a enseñar a bailar? Mírate, no tienes pies y apenas si puedes retener mis manos por un momento. Además no sé bailar. Lo siento, no puedo enseñarte a bailar.
Un día llevé a Sara a mi casa. Estuvimos platicando y bebiendo. Ya borracho la besé, le presenté luego a mi séptima piedra negruzca y reímos a carcajadas.
-Una piedra no habla- dijo y entonces comenzamos a bailar.
Y bailé con Sara toda la noche. Y amaneció y seguimos bailando.
No me acordé de mi piedra sino hasta el día siguiente, cuando la encontré junto al radio. Era entonces un pequeño guijarro delirante.
Había estado llorando todo este tiempo, sus lágrimas la habían erosionado.
La tomé entre mis manos y le pedí que me perdonara. Entonces sonrió. Se estaba muriendo, sus ojos se habían reducido a lágrimas, su boca estaba deforme, iba desapareciendo.
-Ayer bailaste
Me dijo con voz tibia.
-Sí, bailé.
Y cuando la acercaba a mis labios para darle un beso, se me cayó de las manos. Habíamos pasado siete meses juntos. Y no he visto colores más brillantes ni baile más exquisito desde que mi piedra se cayó de entre mis manos, exactamente cuando Sara salía del baño totalmente desnuda y se rompía en setenta y siete pedazos.
La tomé, di las gracias y salí del zaguán blanco, atardecía, el sol se iba entregando al horizonte, palidecía.
Me fui directamente a mi patio, y ahí la desenvolví del papel celofán que la cubría.
Volvió a brillar. Y luego habló. Sí, tenía en mis manos una piedra distinta.
Desafortunadamente no logré entender su idioma, hasta siete días después, cuando hubo más confianza entre nosotros.
Cuando salía la llevaba conmigo, la guardaba en la bolsa de mi camisa y le enseñaba la ciudad.
Después de los siete días, la dejé en la casa. Entendí que no le gustaba viajar, dijo que se cansaba, que le pesaban los ojos como plumas y que el smog la mareaba. Por eso la dejé.
Entonces comencé a platicarle de mi vida. Llegaba en las noches, me sentaba junto a ella y le contaba lo aburrido, lo alegre o lo triste que había estado mi día. Ella oía, callaba y cerraba los ojos.
Hasta que un día me pidió le enseñara a bailar.
-¿Y para qué quieres aprender a bailar?
Le pregunté asombrado.
-Una piedra no baila, no lo necesita.
Y no dije más.
Desde entonces se mostraba hostil, si yo le platicaba algo, se movía, se dejaba deslizar hasta chocar con una pared y se dormía, (a veces llegué a pensar que estaba muerta). Y no volvió a brillar. No importaba cómo la mirara, no volvió a brillar.
Luego se empezó a poner blanca y por donde sus lágrimas corrían se empezaron a formas grandes surcos.
Cuando le decía que no llorara, que no se pusiera triste, que la tristeza la ponía pálida me contestaba:
-Pues enséñame a bailar.
-¿Pero cómo te voy a enseñar a bailar? Mírate, no tienes pies y apenas si puedes retener mis manos por un momento. Además no sé bailar. Lo siento, no puedo enseñarte a bailar.
Un día llevé a Sara a mi casa. Estuvimos platicando y bebiendo. Ya borracho la besé, le presenté luego a mi séptima piedra negruzca y reímos a carcajadas.
-Una piedra no habla- dijo y entonces comenzamos a bailar.
Y bailé con Sara toda la noche. Y amaneció y seguimos bailando.
No me acordé de mi piedra sino hasta el día siguiente, cuando la encontré junto al radio. Era entonces un pequeño guijarro delirante.
Había estado llorando todo este tiempo, sus lágrimas la habían erosionado.
La tomé entre mis manos y le pedí que me perdonara. Entonces sonrió. Se estaba muriendo, sus ojos se habían reducido a lágrimas, su boca estaba deforme, iba desapareciendo.
-Ayer bailaste
Me dijo con voz tibia.
-Sí, bailé.
Y cuando la acercaba a mis labios para darle un beso, se me cayó de las manos. Habíamos pasado siete meses juntos. Y no he visto colores más brillantes ni baile más exquisito desde que mi piedra se cayó de entre mis manos, exactamente cuando Sara salía del baño totalmente desnuda y se rompía en setenta y siete pedazos.
Wednesday, January 09, 2008
Es tarde y mi corazón te espera.
Pasa, en la sala brillan los cuadros de Picasso,
el café sobre la mesa ha manchado el mantel
y mis dedos aguardan ordenados.
Las horas pasan por mi cuerpo y se marchitan,
tan larga es la espera, tan rabiosa.
Pero si llegas bailaremos hasta dormirnos,
la cama está dispuesta
y sé no habrá lugar que no nos guarde.
Es tarde y mi corazón presiente.
Quiero que pases a mi casa
ven, descansa sobre mis brazos,
mujer presencia de todo pecado.
Aquí lloramos, la fuente sabe,
y es su murmullo un eco ausente, desvanecido.
Es tarde y te espero. No tardes.
Que se vuelve triste todo,
seco y frío todo,
presenciando tu ausencia.
Pasa, en la sala brillan los cuadros de Picasso,
el café sobre la mesa ha manchado el mantel
y mis dedos aguardan ordenados.
Las horas pasan por mi cuerpo y se marchitan,
tan larga es la espera, tan rabiosa.
Pero si llegas bailaremos hasta dormirnos,
la cama está dispuesta
y sé no habrá lugar que no nos guarde.
Es tarde y mi corazón presiente.
Quiero que pases a mi casa
ven, descansa sobre mis brazos,
mujer presencia de todo pecado.
Aquí lloramos, la fuente sabe,
y es su murmullo un eco ausente, desvanecido.
Es tarde y te espero. No tardes.
Que se vuelve triste todo,
seco y frío todo,
presenciando tu ausencia.
Monday, January 07, 2008
Saturday, January 05, 2008
I
Cuando pienso en tí no pienso
porque no quiero pensar
sino en cuánto te deseo
y el deseo es mi pesar.
II
Paso las noches en vela
por los besos que te dí,
besos que el alma te daba
y que en tu piel despedí.
III
Sigo buscando en el cielo
ese cielo que perdí
cuando te dí mi alegría
y tristezas recibí.
IV
Si tú supieras ahora
que nada queda de mí
sino el deseo que me abraza
que no me deja vivir.
V
Por cuestiones de lenguaje
cieno y cielo confundí,
en el cielo me creía
pero en el cieno viví.
Cuando pienso en tí no pienso
porque no quiero pensar
sino en cuánto te deseo
y el deseo es mi pesar.
II
Paso las noches en vela
por los besos que te dí,
besos que el alma te daba
y que en tu piel despedí.
III
Sigo buscando en el cielo
ese cielo que perdí
cuando te dí mi alegría
y tristezas recibí.
IV
Si tú supieras ahora
que nada queda de mí
sino el deseo que me abraza
que no me deja vivir.
V
Por cuestiones de lenguaje
cieno y cielo confundí,
en el cielo me creía
pero en el cieno viví.
Thursday, January 03, 2008
Se solicita un tiempo a solas
una verdad a medias
un recuerdo entre sombras iriscentes
Se solicita la presencia de tu cuerpo
la hoguera de tus manos
la mirada que toca y se escabulle
Se solicita un mes sin recordarte
otra mañana tibia entre tus brazos
un vocabulario presto a describirte
Se solicita un sueño que no borre
una mujer sobre mi cama
que cubra la vacante que dejaste
una verdad a medias
un recuerdo entre sombras iriscentes
Se solicita la presencia de tu cuerpo
la hoguera de tus manos
la mirada que toca y se escabulle
Se solicita un mes sin recordarte
otra mañana tibia entre tus brazos
un vocabulario presto a describirte
Se solicita un sueño que no borre
una mujer sobre mi cama
que cubra la vacante que dejaste
Wednesday, January 02, 2008
Feliz año
Año Nuevo, vida nueva. Pero parece ser que mis fantasmas me persiguen, no me sueltan. El fin de año de nuevo me cimbré y todo por culpa de una sola llamada. Fue terrible, terrible. Todavía sigo averiguando qué me pasó, por qué las lágrimas. Ahora deambulo por los cuartos de mi casa como espectro y el frío de hoy no ayuda. Yo lo que quisiera de reyes es una buena pérdida de memoria.
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