Monday, January 21, 2008

Isidora fue cambiando de rostro poco a poco. Al principio era, más que deforme, informe, hasta que con el tiempo fue adquiriendo un rostro, una personalidad. Le costó trabajo. Pero bajo las pilas y pilas de libros, y gracias a las letras vertidas en aquellas novelas y cuentos y poemas, Isidora creó su rostro, lo modeló, le dió identidad. Todo frente a mi atónita mirada. Fueron años de ardua labor, hasta que un día se presentó con unos dibujos, con un cabello rojo, con un suéter café, con unas manos pequeñas, con un amor por el mar y la sierra, y la abracé feliz. Y la llamé María. Eramos felices. Pero un dia, unas de las letras que la maquillaba se comenzó a caer. Y como cascada, en los siguientes meses, palabras enteras, páginas enteras, cuentos que creía terminados, comenzaron a deformar su rostro. María perdía todas sus historias y las nuevas eran tan amargas, tan tristes. Isidora surgió de las cenizas de María, informe, extraña, perdida. Isidora bajo los libros de nuevo, entre las historias de hadas, en países mágicos e inexistentes.
He vuelto a buscar a Isidora para encontrar a María, pero ha sido imposible. Sigue sin rostro. Sigue siendo Isidora.
Lo que me queda de aquella historia es el libro que comenzamos a escribir, miles de hojas vírgenes en las que cada siete días escribo para perpetuar mi vida.

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