Hijito mío, hay algo que admiro de ti: tu valor frente a la
tristeza de los que viven en los libros. Sé que te entristeces, pero también sé
que no lloras. Muy al contrario a ti, desde que leí Pedro Páramo no he dejado
de vivir como si fuera los personajes de las historias y sus dolores y alegrías
pesan en mi lo mismo que en ellos, es algo que nunca pude evitar. Mi mundo se
ha llenado de esas sensaciones que mi alma absorbe y, a veces, el mundo donde
vivo me parece un tanto ajeno por unos instantes, hasta que logro habituarme de
nuevo a él, como si abriera los ojos en una habitación iluminada después de
tenerlos cerrados mucho tiempo, pero ya no es el mismo, tan entintado está de todos
aquellos sucesos literarios que me conmueven.
Admiro tu alegría al cerrar el libro, mantenla siempre, pero
no dejes de reflexionar aquello que nos muestran las historias de otros, esas
historias que no siempre podremos vivir pero que nos enseñan a ser mejores.
Disfruta siempre las lecturas y nunca dejes de sonreír.
Te amo hijito hermoso, mi chaparro lindo.
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