Se me olvida que tenemos el tiempo contado,
la piel ajena lejana, la vida contada.
Apuramos el cáliz: nos desenterramos.
A la luz de las velas, encerrados,
invadidos de alientos
de otros años que vuelven desarmados y puros,
sin las preguntas amargas ni los juicios errados
[soplos de dioses invadiendo de vida,
estas vidas que luchan y parten]
Me detengo, miro la tierra de tus manos,
busco:
en tus dedos laberintos,
la cerradura
la llave
la puerta
de ese mundo
inframundo
tic-tac de lágrimas en círculo alrededor de mi espalda
escalofrío de muertos que se desnudan
recordando la vida
Digo que miro tus manos
abiertas como flores
brotando, abriendo,
esperando.
(Ahora sé que nada puede, ni Zeus,
doblegarlas, que nada nadie, ni el sol,
que nadie)
Me embarco en ellas
para recorrer los mares
en que naces y mueres y renaces,
y naufrago y vuelvo,
mar y puerto,
con los labios partidos de probar la sal de tus oleajes,
herido,
prófugo de mí,
saciado.
Invadido de ti desaparece el tiempo;
distante me arrebata los recuerdos.
Las formas que miro se diluyen,
se convierten en tu cuerpo
Y olvido que alguien ha cobrado,
a razón de mi tiempo en tu tiempo,
con oro las horas de las almas,
errantes de nuevo,
moribundas,
desterradas.
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