Wednesday, December 24, 2014
Te regalo mis palabras
Te voy a regalar estas palabras que se ahuecan en mi pecho.
No las guardes en la esquina de tu cama, ni en la orilla de tu librero ni digas: las leeré mañana. Úsalas ahora mismo, te servirán para detener el tiempo, para volar a otros países, te ayudarán a pelear todos los días.
Cuando te vuelva a ver con ellas quiero verlas rotas de tanto uso, cansadas de tanto volar, desgastadas.
Te voy a regalar estas palabras que se ahuecan en mi pecho, las tristes, las alegres, las infames. Todas te las voy a regalar. No las abandones, son fieles, saben a tempestades y a remansos, a desierto y a jungla.
En mis manos se han vuelto estériles.
En tus labios serán misioneras.
No las abandones.
No me las devuelvas.
Wednesday, September 24, 2014
El soundtrack de mi vida. Quinto año de primaria
La mayoría de las canciones que se guardan en mi memoria tienen una referencia a mis desamores o a mis amores malogrados. Creo que la primera vez que me enamoré estaba en segundo año de primaria, la niña de cabellos rizados se llamaba Landy y me atreví a demostrarle mi amor hasta cuarto año de primaria metiendo a escondidas unas pequeñas gomitas para borrar lápiz que tenían forma de corazón. Estoy seguro de que nunca supo cómo es que llegaban esas gomitas a su mochila, pues nunca tuve el valor de decirle otra cosa que hola.
La segunda vez, me enamoré de una chica cuyo nombre era Socorro. Estaba en quinto de primaria y era mi compañera de banca. Cuando se acercaba el 14 de febrero el profesor Regino (un gran maestro, el mejor de toda mi primaria) organizó una fiesta del día del amor y la amistad con todo y baile y Socorro y yo hicimos un pacto: seríamos pareja de baile. No había algo en la vida que deseara más que eso y que me alegrara más que eso. Pero la fortuna es caprichosa y un día el profesor nos hizo jugar azitrón de un fandango con castigo de preguntas indiscretas. Cuando la fortuna quiso que la ronda tuviera su fin en las manos de Socorro, le preguntaron que quién le gustaba del salón. Yo deseé con todas mis fuerzas que dijera mi nombre, pero, al contestar, de sus labios salió otro nombre: Daniel; y yo sonreí y grité con todos los demás compañeros para no mostrar el compungido grito de dolor que ahogué en mi estómago. A la hora del recreo me armé de valor y jugué al Celestino, llevándole todo tipo de mensajes amorosos de parte de Daniel. Al final del recreo estaba devastado.
Ya en el salón, después del recreo, me alejé de ella, de mi compañera de banca, y me fui a penar en solitario, mirando a la ventana, tratando de alejar el amargo momento de mi mente. No podía creer que no hubiera dicho mi nombre, no podía creer que ni siquiera le gustara un tantito, después de todo éramos compañeros de banca, nos comentábamos todo, ¡incluso algunas veces nuestras manos se habían rozado! Era una verdadera desgracia, una pena infinita. Entonces sucedió que Socorro se acercó a mi y me preguntó retóricamente si me pasaba algo, le dije, ocultando mi tristeza lo más que pude, que no, que nada; me preguntó entonces que si recordaba nuestro pacto, que seríamos pareja de baile en la fiesta del 14 de febrero. Eso bastó para recuperar mi ánimo y mi sonrisa.
El 14 de febrero Socorro y yo bailamos durante todo el convivio. Al final rifaron dos muñecos de peluche con una canasta de dulces y frutas y yo me gané un flamingo enorme. Se lo quería regalar, decirle que le daría eso y todo lo que me pidiera, que incluso haría sus tareas. Pero me pareció que al regalarle el flamingo sabría que era yo quien se lo daba y eso, aunque parezca contradictorio, me era impensable. Saqué una paleta de caramelo circular y se la mandé con uno de mis amigos. Cuando nos volvimos a ver en clase, después del fin de semana, me preguntó si yo se la había mandado regalar, asustado, le dije que no.
Desde entonces la quise en secreto. La quise en la fiesta de fin de curso, mientras bailábamos Venecia, de los Hombres G; la quise cuando pasamos a sexto año y nos tocó en salones distintos; la quise mientras la veía pasar junto a mi salón cada vez que salíamos al recreo; la quise mientras le intentaba escribir cartas en inglés para que no supiera que yo la quería; la quise tanto que le hice un collar de conchitas y caracoles que recolectaba de mis visitas a Acapulco y que guardaba como mi tesoro particular y la quise incluso cuando, después de días de hacer su collar mientras mentía a quien preguntara que era un regalo para mi madre, le envié con mi amigo Demetrio (aún era muy tímido, muy cobarde) el collar, bonito collar de mar, y Demetrio regresó contándome que Socorro lo había arrojado al piso diciendo que por qué le regalaba algo si éramos nada y, enojado, mandé de vuelta a Demetrio para decirle a Socorro que era el fin, que las cortara como amigos.
Nunca confirmé si lo que Demetrio me dijo fue verdad. Pero la historia había terminado. Socorro entró a la misma secundaria que yo, pero en su grupo tenía compañeros de clase un tanto traviesos y de cierta maldad adolescente (muchos de ellos terminaron en problemas de alcoholismo y drogadicción), y mi último contacto con ella fue cuando le presté un libro de la materia de Ciencias Naturales que me terminó robando y que recuperé después de un par de semanas gracias a sus propios amigos.
El último recuerdo que tengo de ella es cuando en frente de toda la secundaria cantó el himno nacional con una voz realmente hermosa. Pero los recuerdos más bonitos que poseo son ella bailando conmigo, escuchando esa voz ronca de Xavi cantando la introducción de Venecia mientras nos hacíamos chiquitos hasta explotar con la batería de los Hombres G. Desde que salí de la secundaria no he sabido nada de Socorro.
La segunda vez, me enamoré de una chica cuyo nombre era Socorro. Estaba en quinto de primaria y era mi compañera de banca. Cuando se acercaba el 14 de febrero el profesor Regino (un gran maestro, el mejor de toda mi primaria) organizó una fiesta del día del amor y la amistad con todo y baile y Socorro y yo hicimos un pacto: seríamos pareja de baile. No había algo en la vida que deseara más que eso y que me alegrara más que eso. Pero la fortuna es caprichosa y un día el profesor nos hizo jugar azitrón de un fandango con castigo de preguntas indiscretas. Cuando la fortuna quiso que la ronda tuviera su fin en las manos de Socorro, le preguntaron que quién le gustaba del salón. Yo deseé con todas mis fuerzas que dijera mi nombre, pero, al contestar, de sus labios salió otro nombre: Daniel; y yo sonreí y grité con todos los demás compañeros para no mostrar el compungido grito de dolor que ahogué en mi estómago. A la hora del recreo me armé de valor y jugué al Celestino, llevándole todo tipo de mensajes amorosos de parte de Daniel. Al final del recreo estaba devastado.
Ya en el salón, después del recreo, me alejé de ella, de mi compañera de banca, y me fui a penar en solitario, mirando a la ventana, tratando de alejar el amargo momento de mi mente. No podía creer que no hubiera dicho mi nombre, no podía creer que ni siquiera le gustara un tantito, después de todo éramos compañeros de banca, nos comentábamos todo, ¡incluso algunas veces nuestras manos se habían rozado! Era una verdadera desgracia, una pena infinita. Entonces sucedió que Socorro se acercó a mi y me preguntó retóricamente si me pasaba algo, le dije, ocultando mi tristeza lo más que pude, que no, que nada; me preguntó entonces que si recordaba nuestro pacto, que seríamos pareja de baile en la fiesta del 14 de febrero. Eso bastó para recuperar mi ánimo y mi sonrisa.
El 14 de febrero Socorro y yo bailamos durante todo el convivio. Al final rifaron dos muñecos de peluche con una canasta de dulces y frutas y yo me gané un flamingo enorme. Se lo quería regalar, decirle que le daría eso y todo lo que me pidiera, que incluso haría sus tareas. Pero me pareció que al regalarle el flamingo sabría que era yo quien se lo daba y eso, aunque parezca contradictorio, me era impensable. Saqué una paleta de caramelo circular y se la mandé con uno de mis amigos. Cuando nos volvimos a ver en clase, después del fin de semana, me preguntó si yo se la había mandado regalar, asustado, le dije que no.
Desde entonces la quise en secreto. La quise en la fiesta de fin de curso, mientras bailábamos Venecia, de los Hombres G; la quise cuando pasamos a sexto año y nos tocó en salones distintos; la quise mientras la veía pasar junto a mi salón cada vez que salíamos al recreo; la quise mientras le intentaba escribir cartas en inglés para que no supiera que yo la quería; la quise tanto que le hice un collar de conchitas y caracoles que recolectaba de mis visitas a Acapulco y que guardaba como mi tesoro particular y la quise incluso cuando, después de días de hacer su collar mientras mentía a quien preguntara que era un regalo para mi madre, le envié con mi amigo Demetrio (aún era muy tímido, muy cobarde) el collar, bonito collar de mar, y Demetrio regresó contándome que Socorro lo había arrojado al piso diciendo que por qué le regalaba algo si éramos nada y, enojado, mandé de vuelta a Demetrio para decirle a Socorro que era el fin, que las cortara como amigos.
Nunca confirmé si lo que Demetrio me dijo fue verdad. Pero la historia había terminado. Socorro entró a la misma secundaria que yo, pero en su grupo tenía compañeros de clase un tanto traviesos y de cierta maldad adolescente (muchos de ellos terminaron en problemas de alcoholismo y drogadicción), y mi último contacto con ella fue cuando le presté un libro de la materia de Ciencias Naturales que me terminó robando y que recuperé después de un par de semanas gracias a sus propios amigos.
El último recuerdo que tengo de ella es cuando en frente de toda la secundaria cantó el himno nacional con una voz realmente hermosa. Pero los recuerdos más bonitos que poseo son ella bailando conmigo, escuchando esa voz ronca de Xavi cantando la introducción de Venecia mientras nos hacíamos chiquitos hasta explotar con la batería de los Hombres G. Desde que salí de la secundaria no he sabido nada de Socorro.
Wednesday, September 17, 2014
Soundtrack de mi vida. Sexto año de primaria
Cuando estaba en sexto año de la primaria los pósters de los artistas favoritos eran una moda y se vendían por decenas en la acera de la primaria en la que iba. En ese entonces solamente me daba el lujo de mirar los pósters y de vez en vez me compraba uno que otro de las chivas o de los pumas, cuya afición heredé de mi padre. Las imágenes de Luis Miguel, Pablito Ruiz, los Hombres G son las que más recuerdo, las dos primeras porque mis compañeras de sexto año no dejaban de suspirar y gritar exasperadas por tales mozos, y a los últimos porque pronto se volverían mi grupo favorito y sus canciones me acompañarían hasta el día de hoy.
Recuerdo en particular la voz infantil y femenina de Pablito Ruiz cantando Cachetada y Oh mamá, ella me ha besado, que tanto se escuchaba en la estación de radio que todo cuasiadolescente que se preciara de conocer de música escuchaba para estar al tanto de los éxitos del momento, Stereo 97.7 y su lista de las 10 mejores canciones del momento. Estas canciones las escuchaba mientras Julieta me acosaba y me pedía, nunca entendí si en serio o en tono de broma, que fuera su novio, o algo por el estilo. Yo era un total ignorante y un lelo en eso de los trances del amor y ver que una mujer se abalanzaba sobre mí hasta acorralarme en la pared, diciendo que quería un hijo mío o un caldo, me atemorizaba sobremanera. Pero después de medio año de huir de Julieta un día el valor me invadió, y decidí que si ella quería estar conmigo quién era yo para impedirlo y que en el recreo le pediría que fuera mi novia.
Todo quedó planeado una noche antes. Preparé mi discurso, engolé la voz, ensayé mi postura. Al día siguiente le dije que en el recreo quería hablar con ella, y ella, anticipando el evento, se emocionó tanto que me sentí Pablito Ruiz. Claro que entonces todo el ensayo y valor del día anterior desapareció repentinamente y ya en el recreo decidí que era mejor jugar un rato Policías y ladrones y después hacer lo que me había planteado hacer. Pero Julieta era una mujer decidida y sabía que yo era un niño miedoso, y tomó la iniciativa (que ya se me había escapado) y mientras jugaba se plantó enfrente de mi y me exigió que le dijera lo que le había prometido. Mis manos comenzaron a sudar y mis piernas casi pierden el equilibrio, el discurso preparado el día anterior se me olvidó por completo y lo único que atiné a decir fue "¿novios?", mientras con mi mano la señalaba a ella y a mi alternadamente. Ella dijo que sí y, como era natural, seguí jugando policías y ladrones.
Cuando el recreo terminó y nos formamos ella le conectaba a sus amigas que ya éramos novios y todas se emocionaban tanto que me volví a sentir Pablito Ruiz.
A pocos días de este gran suceso, Julieta perdió interés en mí y comenzó a sentirse atraída por Raúl y yo comencé a sentir celos.Y como ni entendía a Julieta ni sabía que hacían los novios, el noviazgo comenzó a diluirse y, sin que nadie dijera nada sobre romper o cortar, el enlace se rompió, yo dejé de sentir y ella dejó de acosarme. A ella nunca le di un beso, ni en la mejilla.
Aparte de los celos, poco cambió. Yo seguí jugando policías y ladrones en el recreo, pero las canciones de Pablito Ruiz tenían otro matiz y cuando las tardes se nublaban anunciando lluvia, la letra de la canción cobraba cierto sentido. Con el tiempo aprendería que hay más y mejores maneras de decir las cosas, pero en ese momento lo que escuchaba se había vuelto una sensación conocida: cada caricia que daba Julieta a otro, me mataba.
Recuerdo en particular la voz infantil y femenina de Pablito Ruiz cantando Cachetada y Oh mamá, ella me ha besado, que tanto se escuchaba en la estación de radio que todo cuasiadolescente que se preciara de conocer de música escuchaba para estar al tanto de los éxitos del momento, Stereo 97.7 y su lista de las 10 mejores canciones del momento. Estas canciones las escuchaba mientras Julieta me acosaba y me pedía, nunca entendí si en serio o en tono de broma, que fuera su novio, o algo por el estilo. Yo era un total ignorante y un lelo en eso de los trances del amor y ver que una mujer se abalanzaba sobre mí hasta acorralarme en la pared, diciendo que quería un hijo mío o un caldo, me atemorizaba sobremanera. Pero después de medio año de huir de Julieta un día el valor me invadió, y decidí que si ella quería estar conmigo quién era yo para impedirlo y que en el recreo le pediría que fuera mi novia.
Todo quedó planeado una noche antes. Preparé mi discurso, engolé la voz, ensayé mi postura. Al día siguiente le dije que en el recreo quería hablar con ella, y ella, anticipando el evento, se emocionó tanto que me sentí Pablito Ruiz. Claro que entonces todo el ensayo y valor del día anterior desapareció repentinamente y ya en el recreo decidí que era mejor jugar un rato Policías y ladrones y después hacer lo que me había planteado hacer. Pero Julieta era una mujer decidida y sabía que yo era un niño miedoso, y tomó la iniciativa (que ya se me había escapado) y mientras jugaba se plantó enfrente de mi y me exigió que le dijera lo que le había prometido. Mis manos comenzaron a sudar y mis piernas casi pierden el equilibrio, el discurso preparado el día anterior se me olvidó por completo y lo único que atiné a decir fue "¿novios?", mientras con mi mano la señalaba a ella y a mi alternadamente. Ella dijo que sí y, como era natural, seguí jugando policías y ladrones.
Cuando el recreo terminó y nos formamos ella le conectaba a sus amigas que ya éramos novios y todas se emocionaban tanto que me volví a sentir Pablito Ruiz.
A pocos días de este gran suceso, Julieta perdió interés en mí y comenzó a sentirse atraída por Raúl y yo comencé a sentir celos.Y como ni entendía a Julieta ni sabía que hacían los novios, el noviazgo comenzó a diluirse y, sin que nadie dijera nada sobre romper o cortar, el enlace se rompió, yo dejé de sentir y ella dejó de acosarme. A ella nunca le di un beso, ni en la mejilla.
Aparte de los celos, poco cambió. Yo seguí jugando policías y ladrones en el recreo, pero las canciones de Pablito Ruiz tenían otro matiz y cuando las tardes se nublaban anunciando lluvia, la letra de la canción cobraba cierto sentido. Con el tiempo aprendería que hay más y mejores maneras de decir las cosas, pero en ese momento lo que escuchaba se había vuelto una sensación conocida: cada caricia que daba Julieta a otro, me mataba.
Tuesday, September 09, 2014
Estudio
Cuántos témpanos se alzan
y titilan ante el trino,
cuán cobardes sus tridentes
que entre dientes nos repiten
maldiciendo nuestras letras,
letras vagas, vagabundas,
que al estero, a trompicadas,
caen cual truenos
y devoran las metáforas sin hilos.
(Los títeres reclaman, mientras tanto,
a los truenos y a los témpanos,
sus trinos).
y titilan ante el trino,
cuán cobardes sus tridentes
que entre dientes nos repiten
maldiciendo nuestras letras,
letras vagas, vagabundas,
que al estero, a trompicadas,
caen cual truenos
y devoran las metáforas sin hilos.
(Los títeres reclaman, mientras tanto,
a los truenos y a los témpanos,
sus trinos).
Conciencia
Esa voz del alma que el señor Don Sastre
limpia en cada esquina cuando va de compras
va callada y tímida, con los ojos bajos.
Ayer la surcieron, tiene mil puntadas,
porque la asesina cada siete días
después de la misa, antes del mercado,
y su herida sangra hiel azucarada
y destila en copas culpas agolpadas.
Todos los domingos, cuando cae la tarde,
Don Sastre remienda esa voz cansada
y la ofrece a precio justo en el mercado.
Y regresa a casa amargado y triste,
nadie la compró: pesa demasiado.
limpia en cada esquina cuando va de compras
va callada y tímida, con los ojos bajos.
Ayer la surcieron, tiene mil puntadas,
porque la asesina cada siete días
después de la misa, antes del mercado,
y su herida sangra hiel azucarada
y destila en copas culpas agolpadas.
Todos los domingos, cuando cae la tarde,
Don Sastre remienda esa voz cansada
y la ofrece a precio justo en el mercado.
Y regresa a casa amargado y triste,
nadie la compró: pesa demasiado.
Reflexión nocturna 1
Con el tiempo uno entiende lo poco que las cosas pueden entenderse. Los sucesos que en la mente resucitan, consecutivamente a saltos, a ratos rotos, se desprenden como hebras de una cuerda construida con tan poco esfuerzo y en tantísimo tiempo. Y esas hebras se extienden como telarañas invadiendo los ojos, los poros de la vista se saturan y cada hebra conduce a otra hebra y a otra y a otra. El presente parece que sangra las heridas de esas hebras. Me dirás: es el pasado el que sangra. Pero te equivocarás de nuevo. Mis ojos son una estampa del pasado mirando a través de la monotonía del presente. Si camino miope, es culpa del pasado.
Carta 4
Desde hace ya un buen tiempo que no siento la misma
impaciencia de saber que habrá en mi correo
electrónico, la adrenalina no corre igual por mi
cuerpo desde que dejamos de escribirnos.
A veces releo algunas cartas de las que me enviaste,
me causan un cierto nivel de nostalgia, algo de
angustia debo decir y algo de un incomprensible sabor
a melancolía.
Tal vez me creas demasiado loco o tonto para decirte
que si pudiera verte de nuevo no sé que haría, tal vez
tendría ganas de abrazarte, de besarte, de olvidarte.
Nada puede ser más seguro en este espacio, en este
tiempo en el que nunca coincidimos o en el que no
sabemos que estamos coincidiendo y dejamos para otro
tiempo el tiempo mismo.
Desfasados. ¿No te suena extraño esta palabra? Pero
nada siento más real.
Escribo esta carta pensando que de antemano no
recibiré respuesta.
¿Quién cambió? Para ser sincero, yo. Pero antes había
cambiado ya, cuando te conocí, cuando te llegué a amar
(aún hay noches en que lo que siento es lo mismo),
cuando te regalé mis noches, mis lágrimas (¿cuántas
fueron?), cuando yo era más tuyo que mío, y tú aun más
tuya que de nadie.
Me parece que el tiempo soñó con nosotros, y él
siempre recuerda sus sueños. Ya era otro desde
entonces. Yo mismo me espantaba de ser otro, diferente
al que no te amaba, y después al que te amaba. Pero te
conocí en el preciso momento en que más necesitaba de
ti. Los poemas germinaban de los ojos de tus ojos, de
la vida de tu vida, de las manos, de tus sueños. Tu
pasado era un cuento perfecto; tu inconfundible voz,
el alimento de mis palabras; tu enojo mi osadía.
Desde Colombia hablaba de ti a todos, pero no sabía
que decir que eras, nunca lo supe, ni creo que tú lo
supieras si te preguntaran que fuimos. Amigos,
cercanos por algo, por un algo que nos unió una tarde
que no pensaba en otra cosa que en besarte.
Estarás ahora con alguien, que te da lo que no, nunca,
supe darte, que te dirá amor y te tomará en los brazos
y te limpiará las lágrimas como yo una vez lo hice con
mis labios.
Sueñas y sueño, ¿de qué otra materia está compuesta la
vida?
Te escribí muchas cartas desde allá, y no me veías, te
extrañé demasiado y te decía te quiero, te extraño, y
tú eras un perfecto hielo detrás la línea.
Odiaba eso, lo odiaba con todas mis fuerzas, hubo días en que me
arrepentía de haberte llamado, ¿para qué te llamaba,
para no escuchar de ti sino el silencio? Era
detestable. Sé que nunca lo dirás, y no sé si lo
sentías.
Después cambié. Pensaba en bailar
contigo, pero ¿cómo sería pensar que tú dirías algo
que no dirías? No quise pensar más en eso. Lo dejé.
No espero que me respondas, tal vez ni siquiera existo
en tu pasado. Puede ser justo. Hasta a Olga Ivánovna
se le murió el esposo. Tal vez me enterraste demasiado
hondo y ni tu voz en murmullos me llama, ni me lloras
porque de la misma manera has abandonado mi tumba. Si
no existo no recibiré respuesta.
Nada te pido hoy, nada te reclamo, al contrario, te
agradezco lo que fuiste, tus besos y abrazos, que me
dieron un gramo de vida. No te pido tu recuerdo ni
desprecio tu desprecio, ni grito ni lloro ni padezco.
¿Habrá un epílogo?
Desde la primera palabra, me he resignado a que no
leas nada, a que tires a la basura lo que digo.
Pero, amiga mía, hay algo que me reta a no olvidarte.
Atentamente:
Carta 3
Últimamente me ha dado por escribir
muy bajo, así, con tonos bajos, monótonos y
minimalistas, con un gusto extraño por lo oscuro y por
lo que se destruye con la palabra. Porque la palabra
puede ser la mejor amiga de mis enemigos o la enemiga
de mis mejores amigos, todo tiene su espejo siempre,
(diría un poema de Bonifaz Nuno: y te miro desde un
espejo donde alguien nos mira)
Pero no me pierdas la paciencia porfavor. Porque
si he de vivir sólo una vez ¿por qué no hacer hasta lo
indebido? Como emborracharme (y sólo una vez y ya)
hasta no poder hablar o bailar hasta que se acaben
las horas o decirte solamente hola (que bien cabe dentro
de lo indebido).
Ahí esta la prueba de todo, la huella de la
existencia, de vez en vez decirte solamente hola, como
estás y dejar las letras con su respectivo silencio,
bien calladas, para que no se salgan a decir cualquier
cosa.
Pero mira, no me tengas piedad, puedes gritar, hacer
tu carta con mayúsculas (según recuerdo tú me dijiste
que escribir con mayúsculas en el idioma de la red era
escribir gritando). Grítame como si fuera tu último
sonido y luego bésame, regálame un beso como si fuera
el último y el más indispensable, el más enamorado;
abrázame como si yo no existiera, fúndeme contigo,
para que sepas que al estar a tu lado no soy un sueño o un fantasma o acaso solamente
un espejismo.
Si te desespera diciembre ignóralo, olvídalo que te
sea indiferente, no lo recuerdes ni lo nombres, pues
¿qué tiene que hacer en tu memoria si no te gusta?
Quémalo con su navidad y su año nuevo y su 12 de
diciembre y sus posadas y las reuniones familiares.
Invéntate otro mes, otras noches, otros conjunto de días,
otras semanas, invéntame contigo si quieres o
déjame abandonado a la suerte de mi diciembre.
Y en enero sal y regala un beso infinito y un abrazo
de vía láctea, se de nuevo tú y vive como si nada
hubiera pasado.
¿Quién si no tú lo notarías?
Por mientras, que viva Cartagena con su reinado, que
viva Manizales con su café de grano, que Viva Medellín
y su alumbrado de diciembre.
A mi no me tengas piedad y recuérdame con todo el
fervor que te provoque mi ausencia.
Tu embelesado de muerte a tu belleza,
tu apenas nombrado enamorado,
tu disidente apátrido en la tierra.
Carta 2
En la sobremesa hay un pan dejado apenas como intuido
por la noche que va cayendo, alrededor nada. Afuera
hay una tormenta de lodo que es barro que es arcilla
que me aprehende y sólo puedo mirar. Miro la luna,
debajo a la izquierda si te fijas bien, Aldebaran. Hoy
debe estar a un lado de la luna, mañana se habrá ido.
Lo más cercano es la luz. Eso es lo que me gustaría
ser: un pequeño destello de luz para llegar a ti a
penas lo pienso. No debería tardarme nada, apenas un
parpadeo y mirarte hasta consumirme. Sigo atrapado por la
tormenta y sólo pienso en ti. Dejé un sabor de sal en
tus labios con mis últimas palabras. No es que ya sea
demasiado tarde, es que simplemente pensaba en algo
que estaba más allá en el tiempo, contigo yo, solos
más allá del tiempo. No quise herirte, pero mi torpe
andar hizo que me atrapara el lodo. La vida vale
todos los días, desde el amanecer hasta el ocaso. Y
sin embargo, un día vale más. (Una vez escribí un poema
titulado cinco de junio). Las cosas son cada vez más
entendibles y se conjugan en todo.
Cada noche en vela es un preludio para un sueño
furtivo en el que apareces intempestivamente (de
nuevo, como siempre) (siempre en un resumen de la
eternidad) (sin embargo no soy eterno) (pero si me
nombras seré eterno).
Hoy soy un fugitivo de tus palabras igual que cada vez que
abres una carta y no me ves, sino mis
palabras, y me imaginas (¿en dónde me imaginas?). Todos
los días, sin abrir una carta tuya, te imagino.
(Algo en tí debería decir: fe de erratas, donde dice
vete debe decir regresa, en donde dice forzes debe
decir forces).
Algo en mi debería decir: fe de erratas, donde dice
"es otro día" debe decir "es el día de tu santo" (Si
no apareciste ese día en la tierra, celebraste que
alguien te dejó su nombre)(Los santos, aunque lo somos
también, sin completar)
Hoy tampoco es un día cualquiera, me compadecí de mí.
Perdona este final tan brusco, pero son los finales
que no se disfrutan. (Como cuando tus lágrimas caen al
teclado llenas de rabia, que se disuelven en las
letras que leeré mañana, pasado mañana, tal vez nunca,
como tus ojos dejados a la rivera de tus lágrimas,
lejanos de mis labios hambrientos de tus otras
lágrimas, de tus labios con sabor a sal)
Y sin embargo extrañándote...
Carta 1
Llegué y soñé contigo, las otras cosas que siempre pasan inadvertidas
me dijeron que te hablara. Había una letra tirada en el suelo, junto a
mi camisa y mis zapatos, la tomé cuidadosamente y me sonrío cansada.
¿Dónde estabas tú? En todo mi cuerpo, inundaste mi alma y te esculpiste
en mi corazón, te grabaste en mi mente. La única cosa que sigue siendo
mía son éstas palabras tuyas, éstas palabras que comparto contigo,
estas palabras que salen de un cuerpo que se piensa tuyo. Hoy hay una
gran calma en esta oficina de dos computadoras y una mesa grande y un
escritorio y unas sillas. Y me siento volar por las notas de la música
que sale inclemente hacia mis oídos. Hay tantas palabras en este día,
hay tanta ascendencia pesando en mi cuerpo, libros, inmensidades de
libros que me hablan de ti. La tarde pasará y me tomará cansado.
Hoy quise dedicarme a ti un poco más que ayer. Tendré tu nombre y tu
imagen mientras dure la vida. El mundo es el amplio horizonte de tus
ojos. Mi alma aguarda paciente para llegar a ti. Es el silencio de las
cosas que me hablan de ti, las letras atrapadas en la pantalla y en la
hoja que no es hoja sino espacio arrullado en la mirada. Todo sigue
siendo tormenta en el desierto, huracán en el oasis: el momento que me
arrastra a la dulce fragancia de tu nombre.
Te extrañaré mientras las horas pasen. Te buscaré siempre.
Thursday, September 04, 2014
Soundtrack de mi vida (1)
La hoja en blanco. El terror es básicamente el mismo que hace unos cuantos años cuando dejé de escribir en verso y abandoné los minicuentos y cualquier intento de poema en prosa. Pero hoy el poco pudor que me invadía desapareció con la música fortuita de Richard Clayderman y con las fotos de recuerdos de una cosa llamada Facebook que me acerca a cosas y a gente que no sé si quiero recordar pero que sin más aparece en mi timeline para refrescar mi memoria.
Ocuparé este espacio desierto para recuperar memorias que desde hace tiempo quiero escribir, soportadas por la música que me ha acompañado en esos pasados momentos. Comenzaré por aprovechar la música de Richard Clayderman que sin querer comencé a escuchar hoy en la tarde. No recuerdo bien a bien cómo llegó un cassette de este músico a mis manos, pero estaba en el segundo año de secundaria y la responsable de mi pasión por la escritura, mi maestra de la materia de español Alicia Aranda de la Garza, nos obligaba a escribir poemas y acrósticos que nunca fueron una carga para mi y que gocé siempre que ella nos dejaba un ejercicio de esos. Mi entendimiento de la inspiración en esos días se basaba en la teoría de que la música inducía estados de ánimo que me permitían entrar en una especie de trance, que en automático disparaban una serie de imágenes que debía traducir en palabras. Y la música, que hoy me parece tan cursi y tan soundtrack de vals de quinceañeras, me parecía más que adecuada para realizar mis tareas. En ese entonces mi padre me había regalado unos walkman y yo conseguí unas muy pequeñas y realmente malísimas bocinas que llevaba a la secundaria y, mientras la profesora nos dejaba escribir, yo encendía mi reproductor de cassette, conectaba las bocinas y Richard Clayderman tocaba para mí y dos o tres compañeros cercanos que a duras penas escuchaban un ruido medio melancólico que en la época de los inicios del rap les ha de haber sonado repugnante, pero que la profesora Alicia al caminar cerca de mi pupitre, recibió asombrada y de buen agrado. De aquella época recuerdo un poema que he tratado de recuperar pero que ya no creo que vea nunca y que fue alabado por mi profesora y algunos de mis compañeros. Era, como casi todos mis primeros escritos, sobre la mujer que había conocido y que me había dejado, lo cual era una invención de una amiga que conocí, que me gustaba pero que nunca fue más que una amiga y que dejé de ver porque el curso que tomaba con ella cuando tenía 10 años, terminó, y ella entró a una secundaria técnica en el turno vespertino y yo a la secundaria diurna en turno matutino. Pero el pretexto fue bueno y, ayudado de la música de piano y las lecturas de los modernistas, las primeras historias se fueron tejiendo en mi cabeza y poco a poco fui construyendo a la musa que, no lo sabía aún, tomaría una forma idílica, platónica, dramática y funesta para el adolescente en el que me convertiría.
Aquí una de las canciones que más recuerdo.
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