La mayoría de las canciones que se guardan en mi memoria tienen una referencia a mis desamores o a mis amores malogrados. Creo que la primera vez que me enamoré estaba en segundo año de primaria, la niña de cabellos rizados se llamaba Landy y me atreví a demostrarle mi amor hasta cuarto año de primaria metiendo a escondidas unas pequeñas gomitas para borrar lápiz que tenían forma de corazón. Estoy seguro de que nunca supo cómo es que llegaban esas gomitas a su mochila, pues nunca tuve el valor de decirle otra cosa que hola.
La segunda vez, me enamoré de una chica cuyo nombre era Socorro. Estaba en quinto de primaria y era mi compañera de banca. Cuando se acercaba el 14 de febrero el profesor Regino (un gran maestro, el mejor de toda mi primaria) organizó una fiesta del día del amor y la amistad con todo y baile y Socorro y yo hicimos un pacto: seríamos pareja de baile. No había algo en la vida que deseara más que eso y que me alegrara más que eso. Pero la fortuna es caprichosa y un día el profesor nos hizo jugar azitrón de un fandango con castigo de preguntas indiscretas. Cuando la fortuna quiso que la ronda tuviera su fin en las manos de Socorro, le preguntaron que quién le gustaba del salón. Yo deseé con todas mis fuerzas que dijera mi nombre, pero, al contestar, de sus labios salió otro nombre: Daniel; y yo sonreí y grité con todos los demás compañeros para no mostrar el compungido grito de dolor que ahogué en mi estómago. A la hora del recreo me armé de valor y jugué al Celestino, llevándole todo tipo de mensajes amorosos de parte de Daniel. Al final del recreo estaba devastado.
Ya en el salón, después del recreo, me alejé de ella, de mi compañera de banca, y me fui a penar en solitario, mirando a la ventana, tratando de alejar el amargo momento de mi mente. No podía creer que no hubiera dicho mi nombre, no podía creer que ni siquiera le gustara un tantito, después de todo éramos compañeros de banca, nos comentábamos todo, ¡incluso algunas veces nuestras manos se habían rozado! Era una verdadera desgracia, una pena infinita. Entonces sucedió que Socorro se acercó a mi y me preguntó retóricamente si me pasaba algo, le dije, ocultando mi tristeza lo más que pude, que no, que nada; me preguntó entonces que si recordaba nuestro pacto, que seríamos pareja de baile en la fiesta del 14 de febrero. Eso bastó para recuperar mi ánimo y mi sonrisa.
El 14 de febrero Socorro y yo bailamos durante todo el convivio. Al final rifaron dos muñecos de peluche con una canasta de dulces y frutas y yo me gané un flamingo enorme. Se lo quería regalar, decirle que le daría eso y todo lo que me pidiera, que incluso haría sus tareas. Pero me pareció que al regalarle el flamingo sabría que era yo quien se lo daba y eso, aunque parezca contradictorio, me era impensable. Saqué una paleta de caramelo circular y se la mandé con uno de mis amigos. Cuando nos volvimos a ver en clase, después del fin de semana, me preguntó si yo se la había mandado regalar, asustado, le dije que no.
Desde entonces la quise en secreto. La quise en la fiesta de fin de curso, mientras bailábamos Venecia, de los Hombres G; la quise cuando pasamos a sexto año y nos tocó en salones distintos; la quise mientras la veía pasar junto a mi salón cada vez que salíamos al recreo; la quise mientras le intentaba escribir cartas en inglés para que no supiera que yo la quería; la quise tanto que le hice un collar de conchitas y caracoles que recolectaba de mis visitas a Acapulco y que guardaba como mi tesoro particular y la quise incluso cuando, después de días de hacer su collar mientras mentía a quien preguntara que era un regalo para mi madre, le envié con mi amigo Demetrio (aún era muy tímido, muy cobarde) el collar, bonito collar de mar, y Demetrio regresó contándome que Socorro lo había arrojado al piso diciendo que por qué le regalaba algo si éramos nada y, enojado, mandé de vuelta a Demetrio para decirle a Socorro que era el fin, que las cortara como amigos.
Nunca confirmé si lo que Demetrio me dijo fue verdad. Pero la historia había terminado. Socorro entró a la misma secundaria que yo, pero en su grupo tenía compañeros de clase un tanto traviesos y de cierta maldad adolescente (muchos de ellos terminaron en problemas de alcoholismo y drogadicción), y mi último contacto con ella fue cuando le presté un libro de la materia de Ciencias Naturales que me terminó robando y que recuperé después de un par de semanas gracias a sus propios amigos.
El último recuerdo que tengo de ella es cuando en frente de toda la secundaria cantó el himno nacional con una voz realmente hermosa. Pero los recuerdos más bonitos que poseo son ella bailando conmigo, escuchando esa voz ronca de Xavi cantando la introducción de Venecia mientras nos hacíamos chiquitos hasta explotar con la batería de los Hombres G. Desde que salí de la secundaria no he sabido nada de Socorro.
1 comment:
Gracias por compartir! sorpresa la mía eh!!! Ahora se a quien agradecerle esas gomitas con forma de corazón. Muy lindas historias que nos hacen recordar lo hermosa que es la infancia y los primeros amores.
La niña del pelo rizado.
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