Thursday, September 04, 2014

Soundtrack de mi vida (1)

La hoja en blanco. El terror es básicamente el mismo que hace unos cuantos años cuando dejé de escribir en verso y abandoné los minicuentos y cualquier intento de poema en prosa. Pero hoy el poco pudor que me invadía desapareció con la música fortuita de Richard Clayderman y con las fotos de recuerdos de una cosa llamada Facebook que me acerca a cosas y a gente que no sé si quiero recordar pero que sin más aparece en mi timeline para refrescar mi memoria. Ocuparé este espacio desierto para recuperar memorias que desde hace tiempo quiero escribir, soportadas por la música que me ha acompañado en esos pasados momentos. Comenzaré por aprovechar la música de Richard Clayderman que sin querer comencé a escuchar hoy en la tarde. No recuerdo bien a bien cómo llegó un cassette de este músico a mis manos, pero estaba en el segundo año de secundaria y la responsable de mi pasión por la escritura, mi maestra de la materia de español Alicia Aranda de la Garza, nos obligaba a escribir poemas y acrósticos que nunca fueron una carga para mi y que gocé siempre que ella nos dejaba un ejercicio de esos. Mi entendimiento de la inspiración en esos días se basaba en la teoría de que la música inducía estados de ánimo que me permitían entrar en una especie de trance, que en automático disparaban una serie de imágenes que debía traducir en palabras. Y la música, que hoy me parece tan cursi y tan soundtrack de vals de quinceañeras, me parecía más que adecuada para realizar mis tareas. En ese entonces mi padre me había regalado unos walkman y yo conseguí unas muy pequeñas y realmente malísimas bocinas que llevaba a la secundaria y, mientras la profesora nos dejaba escribir, yo encendía mi reproductor de cassette, conectaba las bocinas y Richard Clayderman tocaba para mí y dos o tres compañeros cercanos que a duras penas escuchaban un ruido medio melancólico que en la época de los inicios del rap les ha de haber sonado repugnante, pero que la profesora Alicia al caminar cerca de mi pupitre, recibió asombrada y de buen agrado. De aquella época recuerdo un poema que he tratado de recuperar pero que ya no creo que vea nunca y que fue alabado por mi profesora y algunos de mis compañeros. Era, como casi todos mis primeros escritos, sobre la mujer que había conocido y que me había dejado, lo cual era una invención de una amiga que conocí, que me gustaba pero que nunca fue más que una amiga y que dejé de ver porque el curso que tomaba con ella cuando tenía 10 años, terminó, y ella entró a una secundaria técnica en el turno vespertino y yo a la secundaria diurna en turno matutino. Pero el pretexto fue bueno y, ayudado de la música de piano y las lecturas de los modernistas, las primeras historias se fueron tejiendo en mi cabeza y poco a poco fui construyendo a la musa que, no lo sabía aún, tomaría una forma idílica, platónica, dramática y funesta para el adolescente en el que me convertiría. Aquí una de las canciones que más recuerdo.

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