Tuesday, September 09, 2014
Carta 4
Desde hace ya un buen tiempo que no siento la misma
impaciencia de saber que habrá en mi correo
electrónico, la adrenalina no corre igual por mi
cuerpo desde que dejamos de escribirnos.
A veces releo algunas cartas de las que me enviaste,
me causan un cierto nivel de nostalgia, algo de
angustia debo decir y algo de un incomprensible sabor
a melancolía.
Tal vez me creas demasiado loco o tonto para decirte
que si pudiera verte de nuevo no sé que haría, tal vez
tendría ganas de abrazarte, de besarte, de olvidarte.
Nada puede ser más seguro en este espacio, en este
tiempo en el que nunca coincidimos o en el que no
sabemos que estamos coincidiendo y dejamos para otro
tiempo el tiempo mismo.
Desfasados. ¿No te suena extraño esta palabra? Pero
nada siento más real.
Escribo esta carta pensando que de antemano no
recibiré respuesta.
¿Quién cambió? Para ser sincero, yo. Pero antes había
cambiado ya, cuando te conocí, cuando te llegué a amar
(aún hay noches en que lo que siento es lo mismo),
cuando te regalé mis noches, mis lágrimas (¿cuántas
fueron?), cuando yo era más tuyo que mío, y tú aun más
tuya que de nadie.
Me parece que el tiempo soñó con nosotros, y él
siempre recuerda sus sueños. Ya era otro desde
entonces. Yo mismo me espantaba de ser otro, diferente
al que no te amaba, y después al que te amaba. Pero te
conocí en el preciso momento en que más necesitaba de
ti. Los poemas germinaban de los ojos de tus ojos, de
la vida de tu vida, de las manos, de tus sueños. Tu
pasado era un cuento perfecto; tu inconfundible voz,
el alimento de mis palabras; tu enojo mi osadía.
Desde Colombia hablaba de ti a todos, pero no sabía
que decir que eras, nunca lo supe, ni creo que tú lo
supieras si te preguntaran que fuimos. Amigos,
cercanos por algo, por un algo que nos unió una tarde
que no pensaba en otra cosa que en besarte.
Estarás ahora con alguien, que te da lo que no, nunca,
supe darte, que te dirá amor y te tomará en los brazos
y te limpiará las lágrimas como yo una vez lo hice con
mis labios.
Sueñas y sueño, ¿de qué otra materia está compuesta la
vida?
Te escribí muchas cartas desde allá, y no me veías, te
extrañé demasiado y te decía te quiero, te extraño, y
tú eras un perfecto hielo detrás la línea.
Odiaba eso, lo odiaba con todas mis fuerzas, hubo días en que me
arrepentía de haberte llamado, ¿para qué te llamaba,
para no escuchar de ti sino el silencio? Era
detestable. Sé que nunca lo dirás, y no sé si lo
sentías.
Después cambié. Pensaba en bailar
contigo, pero ¿cómo sería pensar que tú dirías algo
que no dirías? No quise pensar más en eso. Lo dejé.
No espero que me respondas, tal vez ni siquiera existo
en tu pasado. Puede ser justo. Hasta a Olga Ivánovna
se le murió el esposo. Tal vez me enterraste demasiado
hondo y ni tu voz en murmullos me llama, ni me lloras
porque de la misma manera has abandonado mi tumba. Si
no existo no recibiré respuesta.
Nada te pido hoy, nada te reclamo, al contrario, te
agradezco lo que fuiste, tus besos y abrazos, que me
dieron un gramo de vida. No te pido tu recuerdo ni
desprecio tu desprecio, ni grito ni lloro ni padezco.
¿Habrá un epílogo?
Desde la primera palabra, me he resignado a que no
leas nada, a que tires a la basura lo que digo.
Pero, amiga mía, hay algo que me reta a no olvidarte.
Atentamente:
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