Esa voz del alma que el señor Don Sastre
limpia en cada esquina cuando va de compras
va callada y tímida,
con los ojos bajos.
Ayer la surcieron, tiene mil puntadas,
porque la asesina cada siete días
después de la misa, antes del mercado,
y su herida sangra hiel azucarada
y destila en copas culpas agolpadas.
Todos los domingos, cuando cae la tarde,
Don Sastre remienda esa voz cansada
y la ofrece a precio justo en el mercado.
Y regresa a casa amargado y triste,
nadie la compró: pesa demasiado.
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